La crisis se agudiza. La multitudinaria marcha contra Dina Boluarte terminó en una ola de violencia. Al cierre de esta nota, había 18 heridos, entre civiles y efectivos, un edificio en la plaza San Martín ardía en llamas, los enfrentamientos continuaban sin tregua en ambos bandos y el Gobierno no hacía ningún mea culpa.
En el cruce de los jirones Cusco y Lampa, a dos cuadras de la plaza de Armas, a pocos metros de Palacio de Gobierno, la atmósfera está cubierta de gas lacrimógeno. Un grupo de protestantes insiste con que pueden pasar el cerco policial y llegar a la casa de Pizarro, donde está Dina Boluarte, la presidenta que apela al silencio y se refugia en lo que puedan hacer las fuerzas policiales y militares para repelar las movilizaciones en su contra.
Suenan las explosiones. Son gases lacrimógenos otra vez. La gente corre, desesperada, algunos oliendo y compartiendo vinagre –sirve para evitar el ardor del gas– rumbo a la estación Colmena del Metropolitano. Los manifestantes, furiosos, vuelven a gritar: “¡No retrocedan! ¡Vamos!”. Y rompen las veredas, buscan piedras. Vuelven a tomar el jirón Lampa y las lanzan. Los efectivos responden: gases de nuevo.
Y entonces cae un herido. Tiene un ojo sangrando. “¡Le han disparado! ¡Ambulancia, ambulancia!”, gritan quienes lo rodean. Una enfermera le limpia la sangre, pero es inútil.

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